23 de agosto de 2010

La radio cumple 90

Caras y Caretas presenta un numerazo en el mes de agosto: un repaso, con motivo de sus 90 años, de la radio argentina a cargo de Carlos Ulanovsky. Su irrupción en 1920 con los locos de la azotea, sus años dorados, su supervivencia con la llegada de la tele y los magazines que hicieron historia con el Fontana Show a la cabeza. Hay notas de Héctor Larrea, Betty Elizalde, Julia Bowland y una de Eduardo Aliverti, titulada La Magia, que publicamos a continuación:

Por lo general, o quizá siempre, la palabra anécdota remite a lo gracioso. Si es por eso tengo que claro que el top de mis casi 35 años de carrera ocurrió una madrugada de Radio Continental, en 1978.

Estaba esperando leer el informativo de las 3, sentado frente a la locutora de turno cuyo nombre no citaré. Los relojes digitales eran toda una novedad y ella portada uno en su muñeca izquierda. Mientras hacía tiempo hasta que entrara la cortina del boletín, se le ocurrió decir la hora.

Yo sabía que era una mina descolgada, dispersa, casi al límite de vivir en una realidad paralela. Pero también, que al momento de hablar por micrófono se ponía en caja.

Y por cierto que salía muy bien. Dulce, sugerente, erotizante. De esas locutoras ante las que cualquiera quiere saber de inmediato qué tan atractiva es. Yo repasaba en voz internas las noticias, esperando su cortina identificatoria, abstraído, y entonces la escucho: "Es la hora 2, 59 minutos, 45 segundos...46, 47, 48, 49...". Así siguió, persiguiendo vocalmente lo que el segundaje del cuarzo le señalaba. No tengo registrado hasta cuándo continuó; sí, que el operador la tapó con la cortina del informativo porque ella, sencillamente, seguía leyendo los segundos. Tampoco me acuerdo cómo hice para salir del aire. Pero sí recuerdo que después no se habló del tema. Ni ella, ni el operador, ni yo. Ella porque, es probable, no se dio cuenta de nada. Y el operador y yo, supongo, o más bien estoy seguro, porque supimos que no era cierto lo que había sucedido. Lo tomamos como un sueño.


Hay anecdótas que no cuadran en esa generalización de lo "gracioso". Ni siquiera de lo amable. O será que no son definibiles como anécdota. El negro Guerrero Marthineitz conducía las tardes, también de Continental, en plena dictadura. Iba grabado; pero con una precisión tal que, aunque resulte increíble, llegaba al top de la hora con él anunciándolo. Ni un segundo antes ni uno después. El 2 de mayo de 1982, los ingleses hunden el crucero General Belgrano y el comunicado oficial interrumpe la transmisión.

Cualquier (buen) operador de radio, habiendo al aire un programa grabado, habría hecho lo que se hace todavía hoy si una circunstancia excepcional afecta la secuencia del aire: detiene la grabación y busca un punto para retomarla, al volver a la normalidad. Pero este era un programa de Guerrero Marthineitz , y hacer eso descuajeringaría lo que quedara porque el Negro se daba hasta ese lujo de anunciar la hora. El operador, que no era bueno si no extraordinario, resolvió entonces que lo mejor era dejar correr la cinta tanto como se extendería el parte militar; y, culminada la cadena nacional, volver a lo grabado desde el punto que fuera.

Terminó el comunicado, uno de los más dramáticos de la guerra de Malvinas, y apareció la voz de Guerrero: "Alegría, alegría, galletitas Terrabussi...". Durante varios minutos, absolutamente todos los que estábamos en la radio permanecimos en silencio caminando de un lado a otro, sin ton ni son, o petrificados en las sillas. Nadie se animaba a decir nada de nada, y tengo presente la cara del operador bañada en una transpiración inverosímil. El Negro lo salvó, atribuyéndole la responsabilidad por no haber dejado grabaciones de emergencia siendo que se estaba en guerra y las alteraciones de transmisión eran frecuentes.

Entre lo desopilante de una locutora corriendo en la lectura tras los segundos digitalizados y la parálisis de toda una emisora al escuchar que el misil contra el Belgrano se pegaba al aire con un aviso jocoso, en la voz de uno de los más formidables comunicadores de la historia radiofónica que aúnan -en tanto episodios imprevisibles-dos de los momentos más inolvidables de mi carrera. Porque lo son en sí mismos.

Y porque reflejan a la perfección parte de lo que significa la magia de la radio: todo puede pasar en cualquier momento y no hay modo de corregirlo, porque es instantánea.

www.carasycaretas.org

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