MÚSICA. ROGER WATERS COMENZÓ EN CANADÁ UNA NUEVA GIRA DE `THE WALL`
Fue una noche histórica la del miércoles en el Air Centre Canada de Toronto. Porque el álbum doble de Pink Floyd The Wall volvió a tocarse en vivo, con una nueva y más espectacular puesta que la original, debida al bajista de la banda, Roger Waters. Porque han pasado muchos años y muchas cosas desde aquellas primeras presentaciones en 1980, no sólo en cuanto a despliegue tecnológico, sino algo mucho más importante: en el mundo las guerras continuaron y las muertes de inocentes se multiplicaron, por lo que Waters dio nuevos significados a algunas letras de su obra.
Clarín tuvo el privilegio de asistir al primer concierto de “Roger Waters The Wall Live”, el que abrió un tour mundial que, hoy por hoy, no tiene posibilidad cierta de concretarse en la Argentina.
Cuando se apagaron las luces, los primeros tres minutos nos dejaron con la boca abierta y los pies como flotando en el aire. Todo teñido de rojo, sonaba In The Flesh . Waters recordaba al público aquéllo de que “Así que pensé que quizá te gustaría ir al show...” enfundado de negro, hasta con una capucha, mientras los fuegos artificiales y las explosiones se sucedían.
Venían de lo más alto el escenario, de abajo y barrían la escena de izquierda a derecha y viceversa, hasta que al final, en la proyección en la pantalla redonda central -clásica de Pink Floyd- un avión de guerra se aproxima a la platea... cuando en realidad, en vivo, el avión, maqueta del caza Spitfire igual al que piloteaba su padre cuando murió en la Segunda Guerra Mundial, viene desde atrás, vuela en picada, se estrella y explota contra los primeros ladrillos que estaban construyendo la pared.
El estado de excitación el público canadiense era otro síntoma de que lo que se vivía allí dentro era único, especial. Toda la platea siguió el concierto íntegro de pie.
Waters siempre imaginó los megaconciertos de Pink Floyd como un espectáculo visual y sonoro, dejando a la banda en segundo plano. Y en The Wall los ladrillos que aíslan al protagonista de la obra del mundo real, afligido por la muerte de su padre en la Segunda Guerra, el agobio materno, la presión de ser una estrella de rock, esa pared que su madre le ayuda a construir, está semiarmada a los costados antes de empezar el show. Los asistentes agregarán bloques blancos y apartarán del público a los seis músicos que acompañan a Waters y al vocalista Robie Wyckoff. El muro mide 73 metros de largo por 12 de ancho.
La primera de las famosas marionetas de Gerard Scarf en aparecer, cómo no, fue la del maestro. Mide ¿10 metros?, se articula con poleas, los ojos son reflectores, se mueve amenazante sobre la platea, hasta que el coro de niños arremete con Otro ladrillo en la pared 2 , se acercan al extremo derecho del escenario -visto de frente-, lo señalan y el “teacher”, encogiéndose, se aleja. Luego aparecerá la marioneta de la madre, cuando sea el momento de Mother (el sonido le jugó una mala pasada, y al comienzo casi no se le escuchó cantar), y al preguntar Waters “¿debo creer en el Gobierno?”, se proyecta con letras rojas sobre la pared “No fucking Way” (de ninguna manera, dicho con todo respeto). El público delira.
Del mismo modo que cuando en Goodbye Blue Sky las proyecciones alteran lo que hacían en los ‘80 -y en el filme de Alan Parker-, y de las panzas de los aviones bombarderos no sólo caen cruces. Ahora se arrojan estrellas de David, signos musulmanes y de pesos, logos de Shell y Mercedes Benz.
El show no alteró los temas de las presentaciones en vivo de antaño, incluidos los dos que no estaban en el álbum doble, pero que tocaron en los conciertos de los años ‘80: What Shall We Do Now? , después de Empty Spaces , y The Last Few Bricks luego de Another Brick in The Wall (Parte III) . Sí se han filmado nuevas imágenes hasta convertir el espectáculo en un multimedia.
Hay un intermedio que dura 20 minutos en los que se proyectan fotos y obituarios sobre la pared, que cubre todo el escenario, de militares y civiles que murieron no necesariamente en guerras. Hay quienes, se lee, fallecieron el 11 de setiembre, pero también iraquíes, afganos, colombianos, Salvador Allende y Mahatma Gandhi.
La segunda parte vuelve al tono más político y menos autobiográfico. Así, Bring The Boys Back Home ya no tiene el correlato en imágenes de jóvenes soldados que regresando del frente, sino chicos iraquíes que necesitan recuperar el hogar que perdieron. Y el video de Wikileaks, donde se ve y oye cómo los soldados de un helicóptero del Ejército estadounidense piden permiso para abrir fuego a iraquíes que caminan por la calle, uno de ellos, periodista, confundiendo sus cámaras con armas.
Llega Comfortably Numb , pero no será hoy cuando David Gilmour se asome desde lo alto de la pared y cante que “No es así como soy...”. Y, no. Waters aseguró que en un show en Norteamérica el invitado especial será el guitarrista de Pink Floyd. Será sorpresa.
A los 67 años, Waters sabe que no pude alcanzar las notas alto ni cantar como un treitañero, y ha bajado un tono en algunas canciones, como Don’t Leave Me Now y One of My Turns. Mientras el cerdo inflable movido a control remoto revolotea por sobre la platea por el costado izquierdo, llega Run Like Hell, con músicos y cuatro coreutas encapuchados, las banderas de los martillos cruzados flameando. Luego, los martillos proyectados sobre ese muro que parece que no caerá nunca. Si hay algo parecido a un climax en el show, es éste.
Roger Waters, trompeta en mano, y sus músicos hacen Outside The Wall . Waters agradece al público “porque saben que esta noche es la primera”, dice. Desde el cielo caen figuritas rojas recortadas, que son tantas que nublan la vista. Adivinaron: son cruces, estrellas de David, signos pesos, logos de Shell y Mercedes Benz. El muro parece que siempre está. Como cantó Waters en Hey You : “No les ayudes a enterrar la luz, no te rindas sin luchar... Juntos resistimos, separados caemos”...
Por Pablo O. Scholz
Fuente: diario "Clarín"
Más información: www.clarin.com
Fue una noche histórica la del miércoles en el Air Centre Canada de Toronto. Porque el álbum doble de Pink Floyd The Wall volvió a tocarse en vivo, con una nueva y más espectacular puesta que la original, debida al bajista de la banda, Roger Waters. Porque han pasado muchos años y muchas cosas desde aquellas primeras presentaciones en 1980, no sólo en cuanto a despliegue tecnológico, sino algo mucho más importante: en el mundo las guerras continuaron y las muertes de inocentes se multiplicaron, por lo que Waters dio nuevos significados a algunas letras de su obra.
Clarín tuvo el privilegio de asistir al primer concierto de “Roger Waters The Wall Live”, el que abrió un tour mundial que, hoy por hoy, no tiene posibilidad cierta de concretarse en la Argentina.
Cuando se apagaron las luces, los primeros tres minutos nos dejaron con la boca abierta y los pies como flotando en el aire. Todo teñido de rojo, sonaba In The Flesh . Waters recordaba al público aquéllo de que “Así que pensé que quizá te gustaría ir al show...” enfundado de negro, hasta con una capucha, mientras los fuegos artificiales y las explosiones se sucedían.
Venían de lo más alto el escenario, de abajo y barrían la escena de izquierda a derecha y viceversa, hasta que al final, en la proyección en la pantalla redonda central -clásica de Pink Floyd- un avión de guerra se aproxima a la platea... cuando en realidad, en vivo, el avión, maqueta del caza Spitfire igual al que piloteaba su padre cuando murió en la Segunda Guerra Mundial, viene desde atrás, vuela en picada, se estrella y explota contra los primeros ladrillos que estaban construyendo la pared.
El estado de excitación el público canadiense era otro síntoma de que lo que se vivía allí dentro era único, especial. Toda la platea siguió el concierto íntegro de pie.
Waters siempre imaginó los megaconciertos de Pink Floyd como un espectáculo visual y sonoro, dejando a la banda en segundo plano. Y en The Wall los ladrillos que aíslan al protagonista de la obra del mundo real, afligido por la muerte de su padre en la Segunda Guerra, el agobio materno, la presión de ser una estrella de rock, esa pared que su madre le ayuda a construir, está semiarmada a los costados antes de empezar el show. Los asistentes agregarán bloques blancos y apartarán del público a los seis músicos que acompañan a Waters y al vocalista Robie Wyckoff. El muro mide 73 metros de largo por 12 de ancho.
La primera de las famosas marionetas de Gerard Scarf en aparecer, cómo no, fue la del maestro. Mide ¿10 metros?, se articula con poleas, los ojos son reflectores, se mueve amenazante sobre la platea, hasta que el coro de niños arremete con Otro ladrillo en la pared 2 , se acercan al extremo derecho del escenario -visto de frente-, lo señalan y el “teacher”, encogiéndose, se aleja. Luego aparecerá la marioneta de la madre, cuando sea el momento de Mother (el sonido le jugó una mala pasada, y al comienzo casi no se le escuchó cantar), y al preguntar Waters “¿debo creer en el Gobierno?”, se proyecta con letras rojas sobre la pared “No fucking Way” (de ninguna manera, dicho con todo respeto). El público delira.
Del mismo modo que cuando en Goodbye Blue Sky las proyecciones alteran lo que hacían en los ‘80 -y en el filme de Alan Parker-, y de las panzas de los aviones bombarderos no sólo caen cruces. Ahora se arrojan estrellas de David, signos musulmanes y de pesos, logos de Shell y Mercedes Benz.
El show no alteró los temas de las presentaciones en vivo de antaño, incluidos los dos que no estaban en el álbum doble, pero que tocaron en los conciertos de los años ‘80: What Shall We Do Now? , después de Empty Spaces , y The Last Few Bricks luego de Another Brick in The Wall (Parte III) . Sí se han filmado nuevas imágenes hasta convertir el espectáculo en un multimedia.
Hay un intermedio que dura 20 minutos en los que se proyectan fotos y obituarios sobre la pared, que cubre todo el escenario, de militares y civiles que murieron no necesariamente en guerras. Hay quienes, se lee, fallecieron el 11 de setiembre, pero también iraquíes, afganos, colombianos, Salvador Allende y Mahatma Gandhi.
La segunda parte vuelve al tono más político y menos autobiográfico. Así, Bring The Boys Back Home ya no tiene el correlato en imágenes de jóvenes soldados que regresando del frente, sino chicos iraquíes que necesitan recuperar el hogar que perdieron. Y el video de Wikileaks, donde se ve y oye cómo los soldados de un helicóptero del Ejército estadounidense piden permiso para abrir fuego a iraquíes que caminan por la calle, uno de ellos, periodista, confundiendo sus cámaras con armas.
Llega Comfortably Numb , pero no será hoy cuando David Gilmour se asome desde lo alto de la pared y cante que “No es así como soy...”. Y, no. Waters aseguró que en un show en Norteamérica el invitado especial será el guitarrista de Pink Floyd. Será sorpresa.
A los 67 años, Waters sabe que no pude alcanzar las notas alto ni cantar como un treitañero, y ha bajado un tono en algunas canciones, como Don’t Leave Me Now y One of My Turns. Mientras el cerdo inflable movido a control remoto revolotea por sobre la platea por el costado izquierdo, llega Run Like Hell, con músicos y cuatro coreutas encapuchados, las banderas de los martillos cruzados flameando. Luego, los martillos proyectados sobre ese muro que parece que no caerá nunca. Si hay algo parecido a un climax en el show, es éste.
Roger Waters, trompeta en mano, y sus músicos hacen Outside The Wall . Waters agradece al público “porque saben que esta noche es la primera”, dice. Desde el cielo caen figuritas rojas recortadas, que son tantas que nublan la vista. Adivinaron: son cruces, estrellas de David, signos pesos, logos de Shell y Mercedes Benz. El muro parece que siempre está. Como cantó Waters en Hey You : “No les ayudes a enterrar la luz, no te rindas sin luchar... Juntos resistimos, separados caemos”...
Por Pablo O. Scholz
Fuente: diario "Clarín"
Más información: www.clarin.com
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