DE MARIANO COHN Y GASTÓN DUPRAT. UNA VENTANA DEMASIADO INDISCRETA /ENTREVISTA A SUS DIRECTORES: ES UNA PELÍCULA INCÓMODA. SI TE REÍS, ES POR INCOMODIDAD.
LA DUPLA DE "EL ARTISTA" PROPONE UNA COMEDIA NEGRA AMBIENTADA EN LA ÚNICA CASA QUE LE CORBUSIER CONSTRUYÓ EN AMÉRICA Y EN LA QUE LOS PERSONAJES QUE COMPONEN RAFAEL SPREGELBURD Y DANIEL ARÁOZ DISPUTAN UN ESPACIO DE PODER TAN CONCRETO COMO SIMBÓLICO.
EL FILM PLANTEA UN CONFLICTO, EN PRINCIPIO TRIVIAL, ENTRE DOS VECINOS MUY DIFERENTES ENTRE SÍ. “LA PELÍCULA DESENMASCARA LA DOBLE MORAL BURGUESA DEL QUE LA VE”, SEÑALAN.
Vecindad e intimidad son dos aspectos que fácilmente pueden ser relacionados con Lo siniestro, texto en el que Sigmund Freud definía su objeto de análisis como aquello que desde el seno de lo familiar (lo cotidiano) se vuelve extraño, o la intrusión de lo extraño en lo familiar.
Esa fórmula ha dado a lo largo de la historia del cine algunas obras maestras del suspenso, que justamente tienen como eje principal de su narración este aspecto de lo siniestro. No es otra cosa lo que hace de La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) o de El inquilino (Román Polanski, 1976), dos films únicos. Con muchos elementos en común, pero con una más que interesante marca personal, El hombre de al lado, segunda película de ficción del tándem creativo Mariano Cohn/Gastón Duprat, vuelve a insistir sobre la combinación con un resultado digno de ser mencionado junto a tan ilustres antecedentes.
Si con El artista (2008) la dupla había dado muestras de talento, oficio cinematográfico y buen gusto, con El hombre de al lado confirman todo eso y suben la apuesta. Haciendo gala de una capacidad y una potencia simbólicas infrecuentes, ya desde la tan simple como notable secuencia de los títulos iniciales –en donde la pantalla dividida en mitades, una blanca y otra gris, presenta los dos lados de una misma pared que comienza a ser demolida a mazazos–, los directores dejan en claro varias de las líneas que se entrecruzarán en su narración: la dualidad, la penetración, la decadencia.
Leonardo es un hombre de clase media burguesa dedicado al diseño, exitoso y brillante en su trabajo. Junto a su mujer y su hija vive en la ciudad de La Plata, en la única casa que el famoso arquitecto suizo Le Corbusier diseñó y construyó en toda América, un hecho para nada menor dentro del relato y del universo plástico de la película.
Una mañana Leonardo se despierta por una serie de ruidos insistentes que al principio no consigue identificar. Se trata de un grupo de albañiles que acaban de abrir un boquete en una medianera vecina para instalar una ventana, cuya vista caerá de lleno dentro de su propia casa. Sorprendido e indignado, Leonardo ordena a los obreros que se detengan y que le informen al dueño de la propiedad lindera que no puede instalar una ventana ahí, violando su privacidad.
El desgano con que los albañiles aceptan la orden resulta un preanuncio de lo que vendrá: lo próximo que sabrá Leonardo al respecto será a través de nuevos ruidos de obra.
Desde su ventana, Leonardo conocerá a Víctor, el hombre de al lado, que asomado al boquete, intimidante con la voz arenosa y su físico robusto, impondrá los ritmos de la relación que ambos tendrán partir de allí. “Sólo quiero capturar unos rayitos de ese sol que a vos te sobra, Leonardo”, le dice Víctor al afortunado habitante de esa casa con piel de vidrio. El hombre de al lado también pone en juego la relación de clases: Leonardo no podrá sino sentirse intimidado por la intrusión de aquello Otro que llega desde afuera a intentar penetrar su mundo, a quitarle el espacio que, según él cree, le pertenece legítimamente. Primero de forma física y evidente, desde ese gran ojo abierto en la pared que mira dentro de su casa; luego desde lo personal: Víctor irá forzando una relación de intimidad que Leonardo quiere inútilmente rechazar.
Lo otro irá ganando la curiosidad de Leonardo, su deseo; una admiración velada de rechazo. Como en las películas de Hitchcock y Polanski, la mirada de Leonardo, su propia subjetividad, irán construyendo a Víctor hasta convertirlo en obsesión. Ese hombre expuesto a la mirada de cientos de personas desconocidas que se acercan a ver la casa de vidrio de Le Corbusier rechaza e intenta someter y extirpar la mirada abandonada de ese vecino que busca robarle “unos rayitos de sol” y amenaza con mostrarlo tal como es.
Otro de los grandes méritos de El hombre de al lado es la elección de la pareja protagónica. Rafael Spregelburd consigue hilar un Leonardo de trama muy fina, en donde el hombre capaz de maltratar desconocidos y de humillar a sus alumnos es también el mismo que no consigue el respeto de su hija y da muestras de ser un ser humano miserable; el mismo que poco a poco se irá quebrando en la relación de amor/odio (admiración/envidia) que lo une a Víctor
Por su parte, Daniel Aráoz produce un Víctor magistral, capaz de intimidar en una escena, de causar ternura en la siguiente, de arrancar la carcajada franca cuando el relato lo necesita y, sobre todo, de que todo eso dé por resultado un personaje sólido y no una mera superposición de momentos.
Un párrafo especial merece el guionista Andrés Duprat, autor de las dos ficciones de su hermano Gastón y su compinche Mariano, quien construye la historia de manera precisa, sin necesidad de recursos truculentos ni grandilocuencia. El resultado final es una comedia negra, que comienza con una ventana indiscreta y termina dándoles la razón a quienes no confían en sus vecinos. Pero, ¿en cuál de ellos?
Por Juan Pablo Cinelli
Fuente: diario "Página/12"
Más información: www.pagina12.com.ar
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ENTREVISTA
No hay duda de que cualquier persona ha tenido, en determinado momento, problemas y discusiones con sus vecinos, ya sea por la música fuerte de quien vive tras la medianera, porque los ruidos de los arreglos no dejan dormir la siesta o porque entra y sale gente todo el tiempo.
Andrés Duprat capitalizó esa experiencia propia en la escritura del guión de El hombre de al lado. Es el tercer largometraje de los cineastas Gastón Duprat (hermano de Andrés) y Mariano Cohn, quienes se dieron a conocer en el mundo audiovisual con el ciclo Televisión abierta, y luego en el cine con el documental Yo Presidente y la ficción El artista.
Una de las novedades que trae la dupla radica en la convocatoria a actores profesionales para los protagónicos del film que se estrena el jueves próximo en la cartelera porteña: Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz.
Ambos provienen de ámbitos distintos: mientras el primero tiene una destacada trayectoria en el teatro, el segundo es más conocido como comediante de programas televisivos. Y otra de las novedades es que Aráoz demuestra un potencial dramático en El hombre de al lado que seguramente le terminará abriendo más de una puerta en un futuro cercano.
Esta nueva ficción focaliza en un conflicto entre vecinos: Leonardo (Spregelburd) es un joven de clase acomodada, diseñador industrial con un prestigio ganado en el medio donde se mueve, y un respetado profesor académico que decidió vivir junto a su mujer Ana y su hija Lola en la Casa Curutchet en La Plata, la única que diseñó el gran arquitecto suizo-francés Le Corbusier en América. Del otro lado de la medianera llega a vivir Víctor (Aráoz), un vendedor de autos que no tiene los pergaminos de Leonardo y que un día decide construir una ventana justo enfrente de la que tiene la habitación del matrimonio.
Indignado por la decisión, Leonardo comienza a explicarle a Víctor que su deseo no podrá consumarse porque estaría violando su derecho a la privacidad. Pero Víctor elabora una estrategia de seducción tendiente a lograr que la pareja cambie de idea.
Allí entrarán en disputa dos formas de vivir y de pensar: la situación irá subiendo de tono y hará tambalear a Leonardo, que tratará de mostrar seguridad a pesar de no lograrlo, mientras que Víctor buscará poner paños fríos, aunque por momentos se verá como desafiante. Ese vaivén en la actitud de los personajes genera un juego en sí mismo para el espectador: cuesta tomar partido por uno de los protagonistas, ya que la elección va variando a la hora de sentirse identificado. Con un humor sutil, El hombre de al lado es, sin embargo, un drama con toques de comedia oscura.
“En principio, es un problema minúsculo y mundano entre vecinos pero tiene aristas que se disparan para todos los lugares y lo convierten en un problema general y social”, destaca Gastón Duprat en la entrevista con Página/12. “Nosotros también cargamos con muchas mudanzas a lo largo del tiempo y entonces también era muy sencillo inyectarle ideas. Todo el mundo tuvo experiencias propias con los vecinos”, agrega su coequiper Cohn.
El hombre de al lado se presenta en Buenos Aires tras un periplo por diversos festivales. Obtuvo el Premio a la Mejor Película Argentina en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2009 (Ex Aequo con TL-2: La felicidad es una leyenda urbana, de Tetsuo Lumière). Gracias a ese galardón, la dupla pudo ampliarla a 35 mm y presentarla en el Festival de Sundance 2010 –la Meca del cine independiente–, donde obtuvieron el premio a la Mejor Fotografía y algo más: pudieron posicionarla a nivel internacional. “Tiene estreno asegurado en Estados Unidos y la compró HBO. También se va a estrenar en Francia, España, Portugal. Y tenemos garantizado el estreno mundial en Sundance de la próxima película que vamos a hacer”, cuenta Cohn. “En Sundance, El hombre de al lado tuvo muy buena repercusión y todas las salas estuvieron siempre llenas. Los problemas con los vecinos se repiten en Argentina o en Estados Unidos: es universal”, agrega Cohn.
–John Nein, el programador del Festival de Sundance, dijo que El hombre de al lado “es un film intenso e incómodo que, con su humor caústico, desenmascara la doble moral burguesa”. ¿Coinciden con este análisis?
Gastón Duprat: –En las pocas proyecciones que tuvo la película en Estados Unidos generó mucho debate. Se podría decir que también desenmascara la doble moral burguesa del que la ve.
Mariano Cohn: –Te hace tomar partido.
–Es difícil tomar partido por un personaje o el otro porque la sensación es que, a lo largo de la película, la identificación va variando.
G. D.: –Esa fue una idea que se construyó en el guión: esa cosa sinuosa de empatía con el espectador que va pasando por un personaje, luego por el otro... y así. No es que te hacés amigo de uno. La idea no fue hacer una cosa maniquea y simple, sino compleja como la realidad.
M. C.: –Que tengas que tomar posición ideológica mientras la ves.
–¿Una discusión, en apariencia pequeña, termina desenmascarando ideologías?
G. D.: –Sí, y problemas más generales y sociales como el miedo a lo distinto, las cuestiones de clase, las diferencias culturales. Por cómo están diseñadas las ciudades modernas, uno vive a un metro y medio con un absoluto desconocido y finge que no lo conoce, que no existe y, sin embargo, está conviviendo. Muchos problemas aparecen simbolizados.
–¿La idea fue generar un tipo de humor que resulte incómodo en el espectador?
M. C.: –Sí, pero más sutil, no un humor subrayado.
G. D.: –No es que dijimos: “Vamos a hacer una escena humorística”, sino que resulta humorística después por una cantidad de tensiones que hay dentro de la escena. Toda la gente que la ha visto coincidió en que es una película incómoda: si te reís, también lo hacés un poco por incomodidad. Es una risa para adentro.
–¿Por qué la película busca establecer una mirada sobre el miedo a lo diferente?
G. D.: –Porque Leonardo vive en esa casa hiperdiseñada, muy bella, plásticamente equilibrada y un vecino abre un boquete porque necesita un poquito de luz y ahí se enteran los dos de que existe el otro. Son diferentes códigos, diferentes culturas, diferentes gustos y maneras de pensar, de comer, de vivir.
Además, ambos toman conciencia de la existencia de ellos mismos ante la mirada del otro. Y empiezan los problemas. La película es como una bola de nieve: empieza un conflicto chiquitito y cada vez es más grande, más grande y más grande, con un final inesperado. Eso fue premeditado desde el diseño de la película: algo chiquito que se va poniendo más engorroso, más incómodo.
–¿A su vez el film propone que el espectador se cuestione por qué el otro suele presentársele como una amenaza?
G. D.: –Bueno, en general, todos tenemos miedo a lo que es distinto, a lo que no conocemos. Justamente por eso elegimos que el que le abra la ventana al personaje de Spregelburd fuera una persona distinta y no otro diseñador industrial. Si no, no hubiese habido problema y, con un poco de comprensión, se hubiera solucionado.
También nos interesaba buscar un conflicto en el que la justicia, la policía y toda la cosa de control no pudieran hacer demasiado. Es la instancia de un problema donde uno se la tiene que aguantar con su vecino, cara a cara, y resolverlo de manera humana, gestual. No es que puede poner un intermediario como un abogado: todas esas cosas no sirven.
–La historia presenta dos personalidades muy diferentes: si bien Leonardo busca mostrar carácter frente a Víctor, termina resultando inseguro. En cambio, Víctor, a pesar de su seducción amistosa, demuestra temperamento.
G. D.: –Queríamos plantear dos personajes antagónicos pero con muchos matices.
M. C.: –Y por momentos, cada uno de ellos resulta indescifrable. No es que corresponden a un estereotipo.
G. D.: –Nos parecía que el hecho de poner dos personajes antagónicos profundizaba más esa cosa del miedo a lo distinto, a lo que uno no conoce, a lo culturalmente opuesto. Uno siempre se rodea de gente afín. Están elegidos esos personajes para potenciar esa diferencia.
–¿Por qué si Leonardo tiene un prestigio ganado en su profesión no logra hacerse respetar en su vida? Y no sólo por el vecino que lo apabulla sino también por su mujer que lo domina y su hija que no lo quiere.
G. D.: –Vivir en esa casa, ser exitoso en la profesión, ganar dinero, ser un prestigioso profesor académico, todo eso va en contra de cualquiera.
M. C.: –Ya creerte ese personaje te anula para un montón de cosas más normales y diarias.
G. D.: –Al tener todo calculado, armado y diseñado, mostramos en la película cómo eso atenta contra lo humano.
–¿Cómo surgió la idea de la convocatoria a Rafael Spregelburd y a Daniel Aráoz para que trabajaran juntos, teniendo en cuenta que vienen de ámbitos diferentes?
M. C.: –Nos parecía que eso también era la parte interesante: convocar a un actor que viene de la televisión y a otro que viene del teatro. Ya ahí había un choque de por sí. También conocíamos el potencial que tenía Daniel: avasallante, carismático, con una voz y una máscara impresionantes. Y Gastón también había estado en contacto con Rafael, conocíamos su obra y nos interesaba ver qué pasaba. Y los juntamos por primera vez en un ensayo y ya ahí vimos que había chispazos naturales.
–¿Por qué decidieron que la vivienda de Leonardo y su familia fuera la única casa que construyó Le Corbusier en América? ¿Fue como una especie de juego porque el protagonista es diseñador industrial, o había otros motivos?
G. D.: –Primero, nos pareció ideal porque acrecienta el conflicto. No es lo mismo que te hagan un boquete en una casa común que en una obra maestra de la arquitectura mundial. Por otra parte, es una casa que está un poco soslayada. Cuando la mostramos en Estados Unidos se fascinaban.
M. C.: –Es una obra muy poco difundida. No saben que existe esa casa.
G. D.: –Y también queríamos tratarla como un personaje más y no como un mero decorado. Hay muchas escenas donde está la casa sola sin personajes. Además, la plasticidad, la luz y la calidad espacial que propone esa casa son infernales. Y eso está plasmado en la película.
Por Oscar Ranzani
Fuente: diario "Página 12"
Más información: www.pagina12.com.ar
LA DUPLA DE "EL ARTISTA" PROPONE UNA COMEDIA NEGRA AMBIENTADA EN LA ÚNICA CASA QUE LE CORBUSIER CONSTRUYÓ EN AMÉRICA Y EN LA QUE LOS PERSONAJES QUE COMPONEN RAFAEL SPREGELBURD Y DANIEL ARÁOZ DISPUTAN UN ESPACIO DE PODER TAN CONCRETO COMO SIMBÓLICO.
EL FILM PLANTEA UN CONFLICTO, EN PRINCIPIO TRIVIAL, ENTRE DOS VECINOS MUY DIFERENTES ENTRE SÍ. “LA PELÍCULA DESENMASCARA LA DOBLE MORAL BURGUESA DEL QUE LA VE”, SEÑALAN.
Vecindad e intimidad son dos aspectos que fácilmente pueden ser relacionados con Lo siniestro, texto en el que Sigmund Freud definía su objeto de análisis como aquello que desde el seno de lo familiar (lo cotidiano) se vuelve extraño, o la intrusión de lo extraño en lo familiar.
Esa fórmula ha dado a lo largo de la historia del cine algunas obras maestras del suspenso, que justamente tienen como eje principal de su narración este aspecto de lo siniestro. No es otra cosa lo que hace de La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) o de El inquilino (Román Polanski, 1976), dos films únicos. Con muchos elementos en común, pero con una más que interesante marca personal, El hombre de al lado, segunda película de ficción del tándem creativo Mariano Cohn/Gastón Duprat, vuelve a insistir sobre la combinación con un resultado digno de ser mencionado junto a tan ilustres antecedentes.
Si con El artista (2008) la dupla había dado muestras de talento, oficio cinematográfico y buen gusto, con El hombre de al lado confirman todo eso y suben la apuesta. Haciendo gala de una capacidad y una potencia simbólicas infrecuentes, ya desde la tan simple como notable secuencia de los títulos iniciales –en donde la pantalla dividida en mitades, una blanca y otra gris, presenta los dos lados de una misma pared que comienza a ser demolida a mazazos–, los directores dejan en claro varias de las líneas que se entrecruzarán en su narración: la dualidad, la penetración, la decadencia.
Leonardo es un hombre de clase media burguesa dedicado al diseño, exitoso y brillante en su trabajo. Junto a su mujer y su hija vive en la ciudad de La Plata, en la única casa que el famoso arquitecto suizo Le Corbusier diseñó y construyó en toda América, un hecho para nada menor dentro del relato y del universo plástico de la película.
Una mañana Leonardo se despierta por una serie de ruidos insistentes que al principio no consigue identificar. Se trata de un grupo de albañiles que acaban de abrir un boquete en una medianera vecina para instalar una ventana, cuya vista caerá de lleno dentro de su propia casa. Sorprendido e indignado, Leonardo ordena a los obreros que se detengan y que le informen al dueño de la propiedad lindera que no puede instalar una ventana ahí, violando su privacidad.
El desgano con que los albañiles aceptan la orden resulta un preanuncio de lo que vendrá: lo próximo que sabrá Leonardo al respecto será a través de nuevos ruidos de obra.
Desde su ventana, Leonardo conocerá a Víctor, el hombre de al lado, que asomado al boquete, intimidante con la voz arenosa y su físico robusto, impondrá los ritmos de la relación que ambos tendrán partir de allí. “Sólo quiero capturar unos rayitos de ese sol que a vos te sobra, Leonardo”, le dice Víctor al afortunado habitante de esa casa con piel de vidrio. El hombre de al lado también pone en juego la relación de clases: Leonardo no podrá sino sentirse intimidado por la intrusión de aquello Otro que llega desde afuera a intentar penetrar su mundo, a quitarle el espacio que, según él cree, le pertenece legítimamente. Primero de forma física y evidente, desde ese gran ojo abierto en la pared que mira dentro de su casa; luego desde lo personal: Víctor irá forzando una relación de intimidad que Leonardo quiere inútilmente rechazar.
Lo otro irá ganando la curiosidad de Leonardo, su deseo; una admiración velada de rechazo. Como en las películas de Hitchcock y Polanski, la mirada de Leonardo, su propia subjetividad, irán construyendo a Víctor hasta convertirlo en obsesión. Ese hombre expuesto a la mirada de cientos de personas desconocidas que se acercan a ver la casa de vidrio de Le Corbusier rechaza e intenta someter y extirpar la mirada abandonada de ese vecino que busca robarle “unos rayitos de sol” y amenaza con mostrarlo tal como es.
Otro de los grandes méritos de El hombre de al lado es la elección de la pareja protagónica. Rafael Spregelburd consigue hilar un Leonardo de trama muy fina, en donde el hombre capaz de maltratar desconocidos y de humillar a sus alumnos es también el mismo que no consigue el respeto de su hija y da muestras de ser un ser humano miserable; el mismo que poco a poco se irá quebrando en la relación de amor/odio (admiración/envidia) que lo une a Víctor
Por su parte, Daniel Aráoz produce un Víctor magistral, capaz de intimidar en una escena, de causar ternura en la siguiente, de arrancar la carcajada franca cuando el relato lo necesita y, sobre todo, de que todo eso dé por resultado un personaje sólido y no una mera superposición de momentos.
Un párrafo especial merece el guionista Andrés Duprat, autor de las dos ficciones de su hermano Gastón y su compinche Mariano, quien construye la historia de manera precisa, sin necesidad de recursos truculentos ni grandilocuencia. El resultado final es una comedia negra, que comienza con una ventana indiscreta y termina dándoles la razón a quienes no confían en sus vecinos. Pero, ¿en cuál de ellos?
Por Juan Pablo Cinelli
Fuente: diario "Página/12"
Más información: www.pagina12.com.ar
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ENTREVISTA
No hay duda de que cualquier persona ha tenido, en determinado momento, problemas y discusiones con sus vecinos, ya sea por la música fuerte de quien vive tras la medianera, porque los ruidos de los arreglos no dejan dormir la siesta o porque entra y sale gente todo el tiempo.
Andrés Duprat capitalizó esa experiencia propia en la escritura del guión de El hombre de al lado. Es el tercer largometraje de los cineastas Gastón Duprat (hermano de Andrés) y Mariano Cohn, quienes se dieron a conocer en el mundo audiovisual con el ciclo Televisión abierta, y luego en el cine con el documental Yo Presidente y la ficción El artista.
Una de las novedades que trae la dupla radica en la convocatoria a actores profesionales para los protagónicos del film que se estrena el jueves próximo en la cartelera porteña: Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz.
Ambos provienen de ámbitos distintos: mientras el primero tiene una destacada trayectoria en el teatro, el segundo es más conocido como comediante de programas televisivos. Y otra de las novedades es que Aráoz demuestra un potencial dramático en El hombre de al lado que seguramente le terminará abriendo más de una puerta en un futuro cercano.
Esta nueva ficción focaliza en un conflicto entre vecinos: Leonardo (Spregelburd) es un joven de clase acomodada, diseñador industrial con un prestigio ganado en el medio donde se mueve, y un respetado profesor académico que decidió vivir junto a su mujer Ana y su hija Lola en la Casa Curutchet en La Plata, la única que diseñó el gran arquitecto suizo-francés Le Corbusier en América. Del otro lado de la medianera llega a vivir Víctor (Aráoz), un vendedor de autos que no tiene los pergaminos de Leonardo y que un día decide construir una ventana justo enfrente de la que tiene la habitación del matrimonio.
Indignado por la decisión, Leonardo comienza a explicarle a Víctor que su deseo no podrá consumarse porque estaría violando su derecho a la privacidad. Pero Víctor elabora una estrategia de seducción tendiente a lograr que la pareja cambie de idea.
Allí entrarán en disputa dos formas de vivir y de pensar: la situación irá subiendo de tono y hará tambalear a Leonardo, que tratará de mostrar seguridad a pesar de no lograrlo, mientras que Víctor buscará poner paños fríos, aunque por momentos se verá como desafiante. Ese vaivén en la actitud de los personajes genera un juego en sí mismo para el espectador: cuesta tomar partido por uno de los protagonistas, ya que la elección va variando a la hora de sentirse identificado. Con un humor sutil, El hombre de al lado es, sin embargo, un drama con toques de comedia oscura.
“En principio, es un problema minúsculo y mundano entre vecinos pero tiene aristas que se disparan para todos los lugares y lo convierten en un problema general y social”, destaca Gastón Duprat en la entrevista con Página/12. “Nosotros también cargamos con muchas mudanzas a lo largo del tiempo y entonces también era muy sencillo inyectarle ideas. Todo el mundo tuvo experiencias propias con los vecinos”, agrega su coequiper Cohn.
El hombre de al lado se presenta en Buenos Aires tras un periplo por diversos festivales. Obtuvo el Premio a la Mejor Película Argentina en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2009 (Ex Aequo con TL-2: La felicidad es una leyenda urbana, de Tetsuo Lumière). Gracias a ese galardón, la dupla pudo ampliarla a 35 mm y presentarla en el Festival de Sundance 2010 –la Meca del cine independiente–, donde obtuvieron el premio a la Mejor Fotografía y algo más: pudieron posicionarla a nivel internacional. “Tiene estreno asegurado en Estados Unidos y la compró HBO. También se va a estrenar en Francia, España, Portugal. Y tenemos garantizado el estreno mundial en Sundance de la próxima película que vamos a hacer”, cuenta Cohn. “En Sundance, El hombre de al lado tuvo muy buena repercusión y todas las salas estuvieron siempre llenas. Los problemas con los vecinos se repiten en Argentina o en Estados Unidos: es universal”, agrega Cohn.
–John Nein, el programador del Festival de Sundance, dijo que El hombre de al lado “es un film intenso e incómodo que, con su humor caústico, desenmascara la doble moral burguesa”. ¿Coinciden con este análisis?
Gastón Duprat: –En las pocas proyecciones que tuvo la película en Estados Unidos generó mucho debate. Se podría decir que también desenmascara la doble moral burguesa del que la ve.
Mariano Cohn: –Te hace tomar partido.
–Es difícil tomar partido por un personaje o el otro porque la sensación es que, a lo largo de la película, la identificación va variando.
G. D.: –Esa fue una idea que se construyó en el guión: esa cosa sinuosa de empatía con el espectador que va pasando por un personaje, luego por el otro... y así. No es que te hacés amigo de uno. La idea no fue hacer una cosa maniquea y simple, sino compleja como la realidad.
M. C.: –Que tengas que tomar posición ideológica mientras la ves.
–¿Una discusión, en apariencia pequeña, termina desenmascarando ideologías?
G. D.: –Sí, y problemas más generales y sociales como el miedo a lo distinto, las cuestiones de clase, las diferencias culturales. Por cómo están diseñadas las ciudades modernas, uno vive a un metro y medio con un absoluto desconocido y finge que no lo conoce, que no existe y, sin embargo, está conviviendo. Muchos problemas aparecen simbolizados.
–¿La idea fue generar un tipo de humor que resulte incómodo en el espectador?
M. C.: –Sí, pero más sutil, no un humor subrayado.
G. D.: –No es que dijimos: “Vamos a hacer una escena humorística”, sino que resulta humorística después por una cantidad de tensiones que hay dentro de la escena. Toda la gente que la ha visto coincidió en que es una película incómoda: si te reís, también lo hacés un poco por incomodidad. Es una risa para adentro.
–¿Por qué la película busca establecer una mirada sobre el miedo a lo diferente?
G. D.: –Porque Leonardo vive en esa casa hiperdiseñada, muy bella, plásticamente equilibrada y un vecino abre un boquete porque necesita un poquito de luz y ahí se enteran los dos de que existe el otro. Son diferentes códigos, diferentes culturas, diferentes gustos y maneras de pensar, de comer, de vivir.
Además, ambos toman conciencia de la existencia de ellos mismos ante la mirada del otro. Y empiezan los problemas. La película es como una bola de nieve: empieza un conflicto chiquitito y cada vez es más grande, más grande y más grande, con un final inesperado. Eso fue premeditado desde el diseño de la película: algo chiquito que se va poniendo más engorroso, más incómodo.
–¿A su vez el film propone que el espectador se cuestione por qué el otro suele presentársele como una amenaza?
G. D.: –Bueno, en general, todos tenemos miedo a lo que es distinto, a lo que no conocemos. Justamente por eso elegimos que el que le abra la ventana al personaje de Spregelburd fuera una persona distinta y no otro diseñador industrial. Si no, no hubiese habido problema y, con un poco de comprensión, se hubiera solucionado.
También nos interesaba buscar un conflicto en el que la justicia, la policía y toda la cosa de control no pudieran hacer demasiado. Es la instancia de un problema donde uno se la tiene que aguantar con su vecino, cara a cara, y resolverlo de manera humana, gestual. No es que puede poner un intermediario como un abogado: todas esas cosas no sirven.
–La historia presenta dos personalidades muy diferentes: si bien Leonardo busca mostrar carácter frente a Víctor, termina resultando inseguro. En cambio, Víctor, a pesar de su seducción amistosa, demuestra temperamento.
G. D.: –Queríamos plantear dos personajes antagónicos pero con muchos matices.
M. C.: –Y por momentos, cada uno de ellos resulta indescifrable. No es que corresponden a un estereotipo.
G. D.: –Nos parecía que el hecho de poner dos personajes antagónicos profundizaba más esa cosa del miedo a lo distinto, a lo que uno no conoce, a lo culturalmente opuesto. Uno siempre se rodea de gente afín. Están elegidos esos personajes para potenciar esa diferencia.
–¿Por qué si Leonardo tiene un prestigio ganado en su profesión no logra hacerse respetar en su vida? Y no sólo por el vecino que lo apabulla sino también por su mujer que lo domina y su hija que no lo quiere.
G. D.: –Vivir en esa casa, ser exitoso en la profesión, ganar dinero, ser un prestigioso profesor académico, todo eso va en contra de cualquiera.
M. C.: –Ya creerte ese personaje te anula para un montón de cosas más normales y diarias.
G. D.: –Al tener todo calculado, armado y diseñado, mostramos en la película cómo eso atenta contra lo humano.
–¿Cómo surgió la idea de la convocatoria a Rafael Spregelburd y a Daniel Aráoz para que trabajaran juntos, teniendo en cuenta que vienen de ámbitos diferentes?
M. C.: –Nos parecía que eso también era la parte interesante: convocar a un actor que viene de la televisión y a otro que viene del teatro. Ya ahí había un choque de por sí. También conocíamos el potencial que tenía Daniel: avasallante, carismático, con una voz y una máscara impresionantes. Y Gastón también había estado en contacto con Rafael, conocíamos su obra y nos interesaba ver qué pasaba. Y los juntamos por primera vez en un ensayo y ya ahí vimos que había chispazos naturales.
–¿Por qué decidieron que la vivienda de Leonardo y su familia fuera la única casa que construyó Le Corbusier en América? ¿Fue como una especie de juego porque el protagonista es diseñador industrial, o había otros motivos?
G. D.: –Primero, nos pareció ideal porque acrecienta el conflicto. No es lo mismo que te hagan un boquete en una casa común que en una obra maestra de la arquitectura mundial. Por otra parte, es una casa que está un poco soslayada. Cuando la mostramos en Estados Unidos se fascinaban.
M. C.: –Es una obra muy poco difundida. No saben que existe esa casa.
G. D.: –Y también queríamos tratarla como un personaje más y no como un mero decorado. Hay muchas escenas donde está la casa sola sin personajes. Además, la plasticidad, la luz y la calidad espacial que propone esa casa son infernales. Y eso está plasmado en la película.
Por Oscar Ranzani
Fuente: diario "Página 12"
Más información: www.pagina12.com.ar
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