CINE. UN FILM QUE REÚNE A MARTÍN SLIPAK, FEDERICO LUPPI Y LEONARDO SBARAGLIA. MOSQUETEROS DEL SÉPTIMO ARTE/CRÍTICA: CONSISTENTE RELATO DE UN TEMA MUY ACTUALCON LA DIRECCIÓN DE MIGUEL COHAN, `SIN RETORNO´ RELATA LAS SENDAS QUE SE ABREN DESDE QUE OCURRE UN ACCIDENTE DE TRÁNSITO QUE TERMINA CON LA VIDA
SÓLIDA ÓPERA PRIMA DE MIGUEL COHAN.
ENTREVISTA
Cuenta la leyenda que los tres monos sabios fueron mensajeros enviados por los dioses para delatar las malas acciones de los humanos. Por designio divino, cada uno poseía dos virtudes y un defecto: uno no hablaba, otro no veía y el tercero no escuchaba. Pero el que no tenía voz, sí oía y sí podía ver. El que no veía, desarrolló más el habla y el oído. Y el sordo fue un observador agudo y un brillante orador.
“Lo de los monos es así”, señala Federico Luppi. “Pero en esta película él (señala a Martín Slipak) es el que no quiere hablar, quizás mi personaje no desea que le abran los ojos, y al rol de Leo (por Sbaraglia), digamos que se le alteran todos los sentidos”, resume la trama de Sin retorno, el film que se estrena el jueves, ópera prima de Miguel Cohan, donde por primera vez los tres actores trabajan juntos.
Luppi, Sbaraglia y Slipak, tres exponentes de generaciones distintas.
“¿Cómo que tres generaciones? ¡Pensé que era de la misma que Martín!”, se ataja Leonardo Sbaraglia, en un intento de recuperar aquella juventud perdida, expresión que delata que su reciente cambio de década (cumplió cuarenta en junio) le llegó como a todos, con la resistencia de la conciencia que no termina de aceptar que ya pasaron 20 años desde los gloriosos veinte vividos tiempo atrás.
–¡Peinás canas, Sbaraglia, y Slipak sólo tiene 22 años!
Leonardo Sbaraglia: –(risas)¡Es cierto! Esperá que hago el cálculo: le llevo 18 años.
Martín Slipak: –Leo, yo crecí viéndote actuar (risas).
LS: –En cambio, Federico sí es de otra generación.
–¡Muy feo eso! ¿Te acercás a Slipak pero te alejás de Luppi?
LS: –¡Claro! No sé bien qué edad tiene Federico, pero creo que me lleva cerca de 35 años. ¡De 18 a 35 hay una diferencia!
–Repetilo frente a él, que no te escuchó.
LS: –Shhh (baja la voz). Igual, Luppi ya está sordo (risas).
Luego de una jornada de sucesivas notas, las bromas aparecen oportunas, justas para despabilar los ánimos cansados por la suma de horas de rueda de prensa. Luppi se acerca y sus dos colegas menores se abren hacia los extremos del sillón de tres cuerpos donde están sentados.
Sin emitir sonido, lo invitan a sentarse en medio de ellos. Desde ese momento, la experiencia de Luppi se posa en el centro, tanto del sillón como de la conversación.
–¿Se conocían ente ustedes?
LS: –Con Federico sí. Y a Martín lo vi trabajar en Tratame bien. Me habían hablado muy bien y me gustó mucho compartir este trabajo.
MS: –De chico reproducía con mi hermano una escena de Leo en Caballos salvajes, la del ascensor. La que dice: “Apúnteme a mí.”
LS: –¡Apúnteme a mí, apúnteme a mí, no dispare! (completa la frase de la película de Marcelo Piñeyro, donde también actuó Luppi).
FL: –Yo los conocía a ambos. A Leo, desde hace mucho, y el año pasado trabajamos en Impostores, y a Slipak lo conocí en Tratame bien, donde hice de su abuelo. Recuerdo que estaba casándose y ahora tiene una nena hermosa.
MS: –(Sonríe) Nina, de 5 meses.
FL: –¡Mirá qué feliz que está! Volviendo a tu pregunta, creo que no importa si hay antecedentes de trabajos compartidos, porque entre actores hay una cosa de cofradía. Es como si nos reconociéramos en una hermandad bastante misteriosa. Es una especie de conexión carbonaria de los bandidos, como si todos fuésemos una parte de un perverso tronco común. No sé si ocurrirá así en todos los gremios, pero entre actores nos reconocemos medio como parias.
El guión que concretó esta yunta surgió a partir de un hecho trágico: Sin retorno relata las sendas que se abren desde que ocurre un accidente de tránsito que termina con la vida de un joven ciclista. El responsable (Matías Fustiniano, interpretado por Slipak) huye y se escuda tras su familia burguesa que usa la mentira para evitarle la cárcel. Por otro lado, Víctor Marchetti (Luppi), padre de la víctima, comienza a investigar, y apoyado por los medios de comunicación, exige encontrar al culpable. Cuando la justicia procede, arresta al hombre equivocado. Federico Samaniego (Sbaraglia) termina como acusado y debe cumplir condena.
–¿Qué transformaciones viven cada uno de sus personajes?
MS: Hay un Matías virgen que no conoce lo que es enfrentarse con un hecho que lo mueva de su lugar. Es un pibe que vive una situación cómoda económicamente y que no se anima a afrontar las consecuencias de sus hechos. Deja que sus padres actúen por él porque es la única manera de salvarse.
LS: –La película habla de la justicia, de la responsabilidad de cada uno sobre sus actos y en relación con los demás, de la sensibilidad ética. Al principio de la historia, Federico es un simpático humorista que hace stand up con un muñeco, porque es ventrílocuo, pero cuando se inicia el proceso en que se lo inculpa, el tipo empieza a perder todo lo que tiene. Vive la antesala del infierno. Ingresa a un camino que no tiene vuelta atrás, que lo ubica luego en una situación de búsqueda de recomposición de su identidad moral.
FL: –Mi personaje, el del padre, también es culpable en una medida importante de lo que pasa, porque independientemente de su cultura o de su conocimiento de la realidad, a esa edad tendría que ser menos ingenuo y tendría que saber evaluar la actitud de los medios que defienden intereses y no la verdad. Entonces, recurrir al mundo mediático está subyacentemente teñido de la búsqueda de un culpable, no de un responsable. Los medios, por razones políticas y comerciales, toman esa cuestión para crear una sensación compulsiva y que aparezca rápidamente un chivo expiatorio, no importa si es verdad o no.
–¿Ningún periodismo persigue la verdad?
MS: –No se puede poner todo en la misma bolsa. Hay periodismo que responde a intereses nefastos y la tarea de uno es saber a quién escuchar y qué ver.
LS: –Hay periodistas que tienen más rigor histórico, intelectual, moral y periodistas que no, que están llevados por un sistema que no busca algún rigor para mantener una información. En ese sentido, el periodismo tiene fundamentalmente una responsabilidad moral, uno no puede hacerse el tonto con algunas cuestiones objetivas, pero lo que ocurre es que hay intereses económicos en juego. Doy un ejemplo del diario El País de España, para salirme de lo local: estuve en España en mayo en los días de los festejos del Bicentenario y frente a lo hermoso de la espontaneidad que hubo de miles de personas que salieron a festejar, ellos titularon: “Turbulentos días de festejo por el Bicentenario en Argentina”. Y uno dice: “¡Me están contando otra cosa!” y eso duele.
FL: –En el mundo actual hay un desprecio por lo real. Lo ves desde los lifting, el culito y la tetita bien paradita con silicona. Todo eso es negar la presencia de la vida y eso mismo se ve inclusive en la apreciación del vecino, del otro, del que está al lado. Hay una actitud que está presente en el comportamiento y que es: “Me cago en el otro”. Entonces, salen Susana Giménez o Cacho Castaña y hablan de mano dura, porque no importa la vida, importa dar el campanazo para algo que supuestamente tiene tintes heroicos. Y es de una profunda irresponsabilidad. ¿Por qué? Porque no importa la vida, importa la apariencia de la vida.
Por Analía Rivas
Fuente: diario Tiempo Argentino
Más información: www.elargentino.com
SÓLIDA ÓPERA PRIMA DE MIGUEL COHAN.
ENTREVISTA
Cuenta la leyenda que los tres monos sabios fueron mensajeros enviados por los dioses para delatar las malas acciones de los humanos. Por designio divino, cada uno poseía dos virtudes y un defecto: uno no hablaba, otro no veía y el tercero no escuchaba. Pero el que no tenía voz, sí oía y sí podía ver. El que no veía, desarrolló más el habla y el oído. Y el sordo fue un observador agudo y un brillante orador.
“Lo de los monos es así”, señala Federico Luppi. “Pero en esta película él (señala a Martín Slipak) es el que no quiere hablar, quizás mi personaje no desea que le abran los ojos, y al rol de Leo (por Sbaraglia), digamos que se le alteran todos los sentidos”, resume la trama de Sin retorno, el film que se estrena el jueves, ópera prima de Miguel Cohan, donde por primera vez los tres actores trabajan juntos.
Luppi, Sbaraglia y Slipak, tres exponentes de generaciones distintas.
“¿Cómo que tres generaciones? ¡Pensé que era de la misma que Martín!”, se ataja Leonardo Sbaraglia, en un intento de recuperar aquella juventud perdida, expresión que delata que su reciente cambio de década (cumplió cuarenta en junio) le llegó como a todos, con la resistencia de la conciencia que no termina de aceptar que ya pasaron 20 años desde los gloriosos veinte vividos tiempo atrás.
–¡Peinás canas, Sbaraglia, y Slipak sólo tiene 22 años!
Leonardo Sbaraglia: –(risas)¡Es cierto! Esperá que hago el cálculo: le llevo 18 años.
Martín Slipak: –Leo, yo crecí viéndote actuar (risas).
LS: –En cambio, Federico sí es de otra generación.
–¡Muy feo eso! ¿Te acercás a Slipak pero te alejás de Luppi?
LS: –¡Claro! No sé bien qué edad tiene Federico, pero creo que me lleva cerca de 35 años. ¡De 18 a 35 hay una diferencia!
–Repetilo frente a él, que no te escuchó.
LS: –Shhh (baja la voz). Igual, Luppi ya está sordo (risas).
Luego de una jornada de sucesivas notas, las bromas aparecen oportunas, justas para despabilar los ánimos cansados por la suma de horas de rueda de prensa. Luppi se acerca y sus dos colegas menores se abren hacia los extremos del sillón de tres cuerpos donde están sentados.
Sin emitir sonido, lo invitan a sentarse en medio de ellos. Desde ese momento, la experiencia de Luppi se posa en el centro, tanto del sillón como de la conversación.
–¿Se conocían ente ustedes?
LS: –Con Federico sí. Y a Martín lo vi trabajar en Tratame bien. Me habían hablado muy bien y me gustó mucho compartir este trabajo.
MS: –De chico reproducía con mi hermano una escena de Leo en Caballos salvajes, la del ascensor. La que dice: “Apúnteme a mí.”
LS: –¡Apúnteme a mí, apúnteme a mí, no dispare! (completa la frase de la película de Marcelo Piñeyro, donde también actuó Luppi).
FL: –Yo los conocía a ambos. A Leo, desde hace mucho, y el año pasado trabajamos en Impostores, y a Slipak lo conocí en Tratame bien, donde hice de su abuelo. Recuerdo que estaba casándose y ahora tiene una nena hermosa.
MS: –(Sonríe) Nina, de 5 meses.
FL: –¡Mirá qué feliz que está! Volviendo a tu pregunta, creo que no importa si hay antecedentes de trabajos compartidos, porque entre actores hay una cosa de cofradía. Es como si nos reconociéramos en una hermandad bastante misteriosa. Es una especie de conexión carbonaria de los bandidos, como si todos fuésemos una parte de un perverso tronco común. No sé si ocurrirá así en todos los gremios, pero entre actores nos reconocemos medio como parias.
El guión que concretó esta yunta surgió a partir de un hecho trágico: Sin retorno relata las sendas que se abren desde que ocurre un accidente de tránsito que termina con la vida de un joven ciclista. El responsable (Matías Fustiniano, interpretado por Slipak) huye y se escuda tras su familia burguesa que usa la mentira para evitarle la cárcel. Por otro lado, Víctor Marchetti (Luppi), padre de la víctima, comienza a investigar, y apoyado por los medios de comunicación, exige encontrar al culpable. Cuando la justicia procede, arresta al hombre equivocado. Federico Samaniego (Sbaraglia) termina como acusado y debe cumplir condena.
–¿Qué transformaciones viven cada uno de sus personajes?
MS: Hay un Matías virgen que no conoce lo que es enfrentarse con un hecho que lo mueva de su lugar. Es un pibe que vive una situación cómoda económicamente y que no se anima a afrontar las consecuencias de sus hechos. Deja que sus padres actúen por él porque es la única manera de salvarse.
LS: –La película habla de la justicia, de la responsabilidad de cada uno sobre sus actos y en relación con los demás, de la sensibilidad ética. Al principio de la historia, Federico es un simpático humorista que hace stand up con un muñeco, porque es ventrílocuo, pero cuando se inicia el proceso en que se lo inculpa, el tipo empieza a perder todo lo que tiene. Vive la antesala del infierno. Ingresa a un camino que no tiene vuelta atrás, que lo ubica luego en una situación de búsqueda de recomposición de su identidad moral.
FL: –Mi personaje, el del padre, también es culpable en una medida importante de lo que pasa, porque independientemente de su cultura o de su conocimiento de la realidad, a esa edad tendría que ser menos ingenuo y tendría que saber evaluar la actitud de los medios que defienden intereses y no la verdad. Entonces, recurrir al mundo mediático está subyacentemente teñido de la búsqueda de un culpable, no de un responsable. Los medios, por razones políticas y comerciales, toman esa cuestión para crear una sensación compulsiva y que aparezca rápidamente un chivo expiatorio, no importa si es verdad o no.
–¿Ningún periodismo persigue la verdad?
MS: –No se puede poner todo en la misma bolsa. Hay periodismo que responde a intereses nefastos y la tarea de uno es saber a quién escuchar y qué ver.
LS: –Hay periodistas que tienen más rigor histórico, intelectual, moral y periodistas que no, que están llevados por un sistema que no busca algún rigor para mantener una información. En ese sentido, el periodismo tiene fundamentalmente una responsabilidad moral, uno no puede hacerse el tonto con algunas cuestiones objetivas, pero lo que ocurre es que hay intereses económicos en juego. Doy un ejemplo del diario El País de España, para salirme de lo local: estuve en España en mayo en los días de los festejos del Bicentenario y frente a lo hermoso de la espontaneidad que hubo de miles de personas que salieron a festejar, ellos titularon: “Turbulentos días de festejo por el Bicentenario en Argentina”. Y uno dice: “¡Me están contando otra cosa!” y eso duele.
FL: –En el mundo actual hay un desprecio por lo real. Lo ves desde los lifting, el culito y la tetita bien paradita con silicona. Todo eso es negar la presencia de la vida y eso mismo se ve inclusive en la apreciación del vecino, del otro, del que está al lado. Hay una actitud que está presente en el comportamiento y que es: “Me cago en el otro”. Entonces, salen Susana Giménez o Cacho Castaña y hablan de mano dura, porque no importa la vida, importa dar el campanazo para algo que supuestamente tiene tintes heroicos. Y es de una profunda irresponsabilidad. ¿Por qué? Porque no importa la vida, importa la apariencia de la vida.
Por Analía Rivas
Fuente: diario Tiempo Argentino
Más información: www.elargentino.com
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