28 de abril de 2011

UNA NUEVA EXPERIENCIA EDUCATIVA

CÓMO HACER TRAVESURAS CON LAS ARTES Y LAS TECNOLOGÍAS
REANUDÓ SUS ACTIVIDADES EL LABORATORIO DE ARTE MULTIMEDIA "FLEXIBLE", ORIENTADO A NIÑOS Y ADOLESCENTES QUE PONEN LOS NUEVOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN AL SERVICIO DE SU CREATIVIDAD.

En la primera clase, Martín logró su cometido: mancharse la cara con pintura. Su dibujo muestra en seis pasos a dos chicos jugando al fútbol y el momento mágico del gol. Mientras sus compañeros siguen coloreando y enchastrándose con las acuarelas, él se va con el profesor a convertir sus pinceladas en otra cosa: una animación. En el primer paso, escaneó y recortó las imágenes; en el segundo, las cargó en un programa y con un solo click, les dio secuencia y movimiento a sus dibujos.

Combinó arte y tecnología. Esa es la consigna del laboratorio de arte multimedia Flexible. Se trata de una experiencia educativa dirigida a niños y adolescentes que busca borrar las fronteras entre ambos campos y explotar sin límites la creatividad de los pequeños artistas.

El proyecto (http://flexiblelab.wordpress.com/) nació en 2010 como una forma de acercar los nuevos medios y el arte tradicional destinado a los más chicos, que no tienen en su mochila prejuicios ni preconceptos a la hora de crear e imaginar.

“Para ellos no es un tema abordar una experiencia artística utilizando más o menos elementos tecnológicos, como también no lo es hacerlo procesando los elementos más tradicionales del arte”, remarcó Micaela Puig, impulsora y directora del proyecto.

Ese universo sin barreras permite a los chicos experimentar y asombrarse. Desarmar teclados viejos de computadoras para crear sonidos, dibujar en el espacio con un manojo de “leeds” (diodo emisor de luz; elemento de electrónica), proyectar imágenes fotografiadas minutos antes y modificarlas para convertirlas en otras cosas, son sólo algunas de las experiencias vividas y protagonizadas en los talleres.

“No se preguntan qué grados de vínculos existen entre estos eventos artísticos. Sólo los usan de la manera más auténtica, expresiva y genuina como lo podrían hacer al abordar un pincel”, explicó.
La primera clase de 2011 arrancó el sábado por la mañana. Paula y Catalina, de diez años, esperaban ansiosas el reencuentro con el Cholo, compañero del curso pasado, y otros llegaban por primera vez al laboratorio, ubicado en Costa Rica al 4800, en el barrio porteño de Palermo. Pasadas las 10:30, los profesores y los alumnos/as se reunieron en una ronda en el piso para arrancar la jornada.

¿Qué esperan del curso?, ¿qué quieren aprender?, les preguntó uno de los docentes. “Quiero hacer un video y subirlo a Youtube”, dijo Sabrina, que lucía una remera de diseño elaborada por ella y su mamá. “Quiero proyectar fotos en la pared”, respondieron a coro Candela y Antonia. “Quiero mancharme todo”, soltó entre risas Martín (cosa que pocos minutos después lograría). “Queremos usar el kit de discos que giran”, pidieron Paula y Catalina, las más charlatanas e inseparables de la clase.

Después, tocó el turno de presentación de los profesores: Jorge Crowe (especializado en electrónica), Eugenia Díaz (“sé y me gusta la animación”) y Micaela Puig. “La consigna es que la pasen bien, que tengan ganas de encontrar lo que les guste, que sea un espacio en común donde cada uno lo llene con sus propios intereses”, explicó la directora al pequeño público. “La idea es tomar la tecnología en su concepto más amplio”, acotó Crowe.

Con esas ideas básicas, los alumnos comenzaron el primer ejercicio sobre animación. No fueron hacia las computadoras, sino que se quedaron en el mismo lugar. Allí, armaron una mesa grande con caballetes y tablas de madera, que se llenó en pocos minutos de frascos de agua con pinceles, hojas en blanco y pastillas de acuarela.

La consigna fue experimentar, reconocer las herramientas y usar todos los colores. “¿Importa si se ensucia la mesa?”, preguntó Candela.

“Quiero salpicar el papel”, explicó. Con el OK de
los más grandes, utilizó esa técnica para crear y muchos de sus compañeros la siguieron en el experimento. “En la escuela les dicen que está mal copiarse de los demás, pero acá está bien, uno puede inspirarse en lo que hizo el otro y copiar la técnica”, aprobó Jorge. Firuletes, círculos, cielos celestes, flores, arcoiris, rompieron con la blancura del papel. Algunos dejaron los pinceles para usar los dedos. Otras hicieron bollitos con servilletas y los usaron para fundir colores.

El segundo ejercicio fue más difícil. Con seis fichas de papel blanco, cada uno de los chicos/as tenía que dibujar una acción en secuencias. Mientras el Cholo pensaba qué dibujar, sin dejar de hablar con su compañera, otras pequeñas artistas fueron prácticas y empezaron por dibujar el fondo hasta que se les ocurriera una buena idea. Montañas, un lápiz dibujando, un ojo abriendo y cerrando, círculos, tomaron las hojas de papel.

El primero en terminar fue Martín que pasó así a la tercera y última etapa del ejercicio. Su secuencia de chicos jugando a la pelota cobraría en unos minutos vida y movimiento. Con la coordinación de Jorge, escanearon, recortaron y ordenaron las imágenes y luego, con un programa de descarga gratuita (“gimp”), la convirtieron en una animación. Algunos de los chicos miraron con sorpresa el resultado del trabajo y otros –más familiarizados con las nuevas tecnologías- preguntaban al profesor cómo bajar el programa en sus casas.

Las dos horas de clase se pasaron volando. Los chicos/as lavaron pinceles y dejaron secando sus dibujos en el piso. Los varones más grandes huían con sus padres, mientras las chicas se despedían y abrazaban hasta el sábado próximo.

Por Elisabet Contrera
Fuente: diario "Tiempo Argentino"

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